lunes, 10 de junio de 2013

Los dioses y los patos y los viejos



Samuel y Marti eran viejos amigos. A pesar de que sus vidas poco tenían en común y alguna vez pasaron más tiempo del que quisieron sin verse, siempre fue una relación de afecto y respeto. Todo en la vida fue pasando de una forma u otra y ellos ahí seguían, encontrándose ahora ya en el último suspiro de sus vidas, viéndose por las tardes en un parque cercano a sus hogares.
En contra de las estadísticas que afirman que son los hombres quienes mueren antes que las mujeres, sus esposas habían fallecido hacía ya algún tiempo, cosa que para ellos fue un alivio. Los demás viejitos, pobres, debían haber sido envenenados por sus mujeres o simplemente es que no aguantaban más y se habían auto inmolado.  A parte de eso, de que los dos tenían unos ochenta y dos años, de que estaban jubilados, de que llevaban los mismos pantalones de tela, las mismas zapatillas azul marino con agujeros para traspirar, el mismo bastón con empuñadura de pato, el mismo jersey de lana, de que fumaban los mismo puros baratos del estanco, de que odiaban a los viejos que jugaban al dominó y que se habían quedado con una triste pensión para sobrevivir; aparte de eso, no tenían nada en común. Ya saben, si lo que quieren es ir y matar a un viejito en cuestión, sólo tienen que ir a la tienda más cercana de Todo  para Viejitos (porque tiene que haberla, sino no hay explicación) y disparar sin mirar contra cualquiera de ellos. Seguro que salen de allí pensando que acertaron.
Marti llevaba un rato observando los patos del estanque. Era bonito verlos volar y aterrizar en el agua con esa facilidad. Sus movimientos eran elegantes y gráciles. Le gustaban los patos. Sólo había conocido dos. Donald y Lucas, pero no eran un buen ejemplo de patos. No tenían nada que ver con los que ahora veía frente suyo. Además, el tal Donald pertenecía a una familia adinerada, parecía hablar suajili con una pelota de golf en la boca y llevaba una camiseta y un gorro muy de marinerito. El otro iba vestido nada más que por lo que parecía un collar blanco, no tenía pertenencias y siempre fracasaba; quizás por eso el creador lo había pintado negro. Si, el creador, a sus ojos era un sucio y racista dibujante. Lucas no se merecía todo aquello. Estaba pensando en eso, en la diferencia y la perspectiva desde un punto de vista metafísico, cuando….
-Hola Marti
-Hola Samuel, hola.
-Ay ay ay. Mare mía como tengo de escocias las pelotas
-Hace calor, ¿eh?  Este va a ser un verano de calor, Samuel.
-Pues sí señor……¿qué hacen los patos, Marti?
-Patear  
-Ya veo….¿Sabes que Manuel, el panadero, ha muerto?
 -Y ¿de qué ha muerto?
-Una venita en el cerebro. Se le rompió. Como una ramita.
-No estamos hechos para durar, Samuel.
-Pues sí, pero mira, nosotros aún estamos aquí.
-Eso es lo que no me explico.
-Bueno, Marti. Unos se van y otros se quedan.
-Claro……pronto nos iremos tú y yo. No nos queda mucho.
-Pues yo no me pienso ir todavía, ¿sabes? Me quedaré unos cuantos años más……..Mira, mira…..¿has visto lo que hace ese pato, Marti?
-Sí, hace: cuac, cuac,…..cuac, cuac…….cuac, cuac………
Los viejos amigos se quedaron observando los patos.
Quedaría muy bien si dijese que los dos estaban elucubrando sobre la muerte y la percepción de lo que ofrece el sentirla cerca; de cómo al tenerla respirando en sus nucas  podían tener el acierto de pensar que habían arruinado sus vidas, que ahora por lo menos eran conscientes de ello y que quizás sólo por eso había valido la pena. Poder perdonarse valía la pena. Cuando durante toda la vida algo te aprieta el cuello, el simple hecho de liberarse de aquello que te estrangula y poder coger aire de nuevo,  por nimio que sea, te puede dar algo de tranquilidad y aunque sean dos minutos de tranquilidad, son dos minutos demasiado valiosos. Pero lo cierto es que no. Samuel se preguntaba por qué aquellos pájaros payasotes podían flotar de aquella manera y Marti por qué tenían el pico de esa forma. ¿Es que se los habían aplastado? ¿Era para poder meterlo por la ranura de una puerta?¿tenían pilila? ¿La podían meter por la ranura de una puerta y hacer el cuac-cuac?
-¿Tienen pilila los patos, Samuel?
-Claro que tienen pito, Marti. ¿Cómo demonios iban a hacerle el bombo a las patas si no?
-¿Yo qué sé? No soy pajarero.
-¿Te has fijado que no hay ninguno negro?
-¿Verdad? Ese cabroncete del “Lucas” era un cerdo racista….
-¿Cómo?
-Nada…..¡Mira, mira!....¡Fíjate como persiguen a la pata!
-La pata, ¿eh? ¿Cuándo una pata se queda coja es una pata coja o una coja pata?
-Samuel, no lo sé. Ya te he dicho que no soy pajarero.
-Tampoco has sido nunca muy avispado.
-No digas eso, Samuel. Tuve problemas, eso es todo.
-Todos los tenemos, Marti. Todos.
-¿Sigues pensando en tu mujer?
-¿A qué mierda viene eso?
-Bueno, siempre estás serio, triste, amargado. Yo no soy muy listo en nada, pero sé cuando alguien no olvida ciertas cosas.
-Vaya con el pajarero. Diez minutos mirando los patos y se te ilumina la cabecha.
-Cabeza, Samuel. Cabeza.
-Eso he dicho. Cabeza.
-No. Has dicho cabecha, que lo he oído.
-¿Qué eres ahora, un rarito de esos que tienen estudios?
-Sabes que no sé leer, Samuel.
-Pues eso. Que estás sordo.
-Lo que tú digas. Yo a mi Marisa sí que la echo de menos. Era una buena mujer……

Al decir aquello, Marti se quedó mirando un pato. Aquella ave estaba metiendo la cabeza bajo el agua buscando algo. “¿Por qué lo buscaba abajo si podía volar y buscarlo en el cielo? ¿Se estaba escondiendo y creía que así no iban a ver el resto de su cuerpo? ¿Era pariente del avestruz?  Dios mío, ¿Era una avestruz el pato? ¿Eran todos los patos, avestruces? ¿Quién diablos estaba tramando toda esa….
-Te estoy escuchando, Marti
-Oh….
-Deja a los patos tranquilos y ese vino que te está friendo el cerebro.
-Sólo bebo un poquito por la noche, Samuel. Es bueno para el corazón, me lo dijo el doctor Pelleter.
-A ese cerdo deberían hacerle un monedero con su escroto.
-No digas esas cosas, Samuel. El doctor Pelleter se preocupa por mí.
-Ese payaso se quita los pacientes de encima como si fueran moscas. Ni te escucha ni nada. Ni siquiera te mira cuando le hablas. Si le veo por la calle le doy con el bastón y le parto las rodillas.
-Samuel, es un buen hombre. Déjalo. Él no tiene culpa. No tiene tiempo, eso es todo.
-Eso es precisamente lo que no tenemos nadie, tiempo.
-No seas así de dramático, Samuel, por dios. Mira los avestruces co….digo los patitos como vuelan, ¿eh?
-Esmeralda era una buena mujer también…..
-Sí que lo era, Samuel, sí que lo era.
-Se preocupaba por mí. Me preparaba el desayuno, me planchaba la ropa para ir al trabajo, me daba un besito antes de marcharme……es verdad que la pobre mujer al envejecer cada vez era más pesada, pero ¿quién no, verdad?....Nunca fue fácil entre los dos, pero siempre nos apoyamos. Me entristece pensar que ella nunca estuvo tranquila o satisfecha con nuestro matrimonio. La pobrecita siempre creyó que yo era alguien especial y la verdad es que no sé cómo pude engañarla durante tantos años y que no se diese cuenta de que era un tipo bastante desastroso. No sé de donde sacaba aquella positividad, esa fuerza. Yo, por el contrario, era más negativo, más……más gilipollas. Si llegamos hasta el final no fue por mí, desde luego.
-Ese pato lleva treinta minutos con la cabeza bajo el agua, ¿Estará muerto?
-A veces pienso que debería  haberme casado con una mujer igual de gilipollas que yo…..Joder sí que era pesada, si…….todo el día dale que te pego…. dándole a la lengua….Era muy detallista, pequeños detallitos….igual fue eso, que diera por hecho ese gran amor aun sabiendo que ninguno de los dos estuvo realmente seguro de nada. De eso sí que se daba cuenta, bueno la verdad es que se daba cuenta de todo. Tenía olfato para eso, era muy lista….Según ella, yo siempre fui muy raro, pero te digo yo que ella no lo era menos para mí. Yo era un limón y ella una piña. Yo un zorro y ella un unicornio.
-Mira, parece que hay más patitos imitándolo. ¿Un suicidio colectivo?
-Creo que deberíamos habernos separado. Ella hubiese sido feliz. Al menos uno de los dos se habría salvado.
-¿debería unirme a ellos?
-En fin, las cosas de la vida.
-Ahora vuelvo.
Marti se levantó impetuoso y fue directo hacia el estanque. Samuel dejó de pensar en Esmeralda. Ella estaba bien donde estaba. Él no parecía estar bien en ningún sitio, pero aun así ahí seguía. Estaba pensando en eso cuando enfocó la vista y vio lo que estaba haciendo Marti. Fue todo lo deprisa que pudo. Le cogió por los brazos y le sacó la cabeza del estanque. Marti reía como un loco. Tenía ojos de poseso, de chiflado.
-¿QUÉ COÑO ESTÁS HACIENDO, AMIGO?
-¡Estos patitos son la monda! ¡la monda!
-Venga Marti, venga. ¡Le gente está mirando!
-Me da igual que la gente mire, Samuel. ¡Aunque miren no ven nada!
-Claro, Marti. Claro.
-ESOS PATITOS SABEN LO QUE HACEN. ESOS PATITOS SON DIOSES.
-Dios mío, MARTI. Definitivamente has perdido la cabecha.
-La cabeza, Samuel. La cabeza.
-Eso he dicho ¿Estás sordo?
-Está bien…..si tú lo dices……
Los dioses y los patos y los viejos y todo el mundo entero tenía un por qué para esconder la cabeza. Mejor eso que enloquecer. Cada uno lo hacía a su modo…..Eso es todo…..

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