Samuel
y Marti eran viejos amigos. A pesar de que sus vidas poco tenían en común y
alguna vez pasaron más tiempo del que quisieron sin verse, siempre fue una
relación de afecto y respeto. Todo en la vida fue pasando de una forma u otra y
ellos ahí seguían, encontrándose ahora ya en el último suspiro de sus vidas,
viéndose por las tardes en un parque cercano a sus hogares.
En
contra de las estadísticas que afirman que son los hombres quienes mueren antes
que las mujeres, sus esposas habían fallecido hacía ya algún tiempo, cosa que
para ellos fue un alivio. Los demás viejitos, pobres, debían haber sido
envenenados por sus mujeres o simplemente es que no aguantaban más y se habían
auto inmolado. A parte de eso, de que
los dos tenían unos ochenta y dos años, de que estaban jubilados, de que
llevaban los mismos pantalones de tela, las mismas zapatillas azul marino con
agujeros para traspirar, el mismo bastón con empuñadura de pato, el mismo
jersey de lana, de que fumaban los mismo puros baratos del estanco, de que
odiaban a los viejos que jugaban al dominó y que se habían quedado con una
triste pensión para sobrevivir; aparte de eso, no tenían nada en común. Ya
saben, si lo que quieren es ir y matar a un viejito en cuestión, sólo tienen
que ir a la tienda más cercana de Todo para Viejitos (porque tiene que haberla,
sino no hay explicación) y disparar sin mirar contra cualquiera de ellos.
Seguro que salen de allí pensando que acertaron.
Marti
llevaba un rato observando los patos del estanque. Era bonito verlos volar y
aterrizar en el agua con esa facilidad. Sus movimientos eran elegantes y
gráciles. Le gustaban los patos. Sólo había conocido dos. Donald y Lucas, pero
no eran un buen ejemplo de patos. No tenían nada que ver con los que ahora veía
frente suyo. Además, el tal Donald pertenecía a una familia adinerada, parecía
hablar suajili con una pelota de golf en la boca y llevaba una camiseta y un
gorro muy de marinerito. El otro iba vestido nada más que por lo que parecía un
collar blanco, no tenía pertenencias y siempre fracasaba; quizás por eso el
creador lo había pintado negro. Si, el creador, a sus ojos era un sucio y
racista dibujante. Lucas no se merecía todo aquello. Estaba pensando en eso, en
la diferencia y la perspectiva desde un punto de vista metafísico, cuando….
-Hola
Marti
-Hola
Samuel, hola.
-Ay ay
ay. Mare mía como tengo de escocias las pelotas
-Hace
calor, ¿eh? Este va a ser un verano de
calor, Samuel.
-Pues
sí señor……¿qué hacen los patos, Marti?
-Patear
-Ya
veo….¿Sabes que Manuel, el panadero, ha muerto?
-Y ¿de qué ha muerto?
-Una
venita en el cerebro. Se le rompió. Como una ramita.
-No
estamos hechos para durar, Samuel.
-Pues
sí, pero mira, nosotros aún estamos aquí.
-Eso es
lo que no me explico.
-Bueno,
Marti. Unos se van y otros se quedan.
-Claro……pronto
nos iremos tú y yo. No nos queda mucho.
-Pues
yo no me pienso ir todavía, ¿sabes? Me quedaré unos cuantos años más……..Mira,
mira…..¿has visto lo que hace ese pato, Marti?
-Sí,
hace: cuac, cuac,…..cuac, cuac…….cuac, cuac………
Los
viejos amigos se quedaron observando los patos.
Quedaría
muy bien si dijese que los dos estaban elucubrando sobre la muerte y la
percepción de lo que ofrece el sentirla cerca; de cómo al tenerla respirando en
sus nucas podían tener el acierto de
pensar que habían arruinado sus vidas, que ahora por lo menos eran conscientes
de ello y que quizás sólo por eso había valido la pena. Poder perdonarse valía
la pena. Cuando durante toda la vida algo te aprieta el cuello, el simple hecho
de liberarse de aquello que te estrangula y poder coger aire de nuevo, por nimio que sea, te puede dar algo de
tranquilidad y aunque sean dos minutos de tranquilidad, son dos minutos
demasiado valiosos. Pero lo cierto es que no. Samuel se preguntaba por qué
aquellos pájaros payasotes podían flotar de aquella manera y Marti por qué
tenían el pico de esa forma. ¿Es que se los habían aplastado? ¿Era para poder
meterlo por la ranura de una puerta?¿tenían pilila? ¿La podían meter por la
ranura de una puerta y hacer el cuac-cuac?
-¿Tienen
pilila los patos, Samuel?
-Claro
que tienen pito, Marti. ¿Cómo demonios iban a hacerle el bombo a las patas si
no?
-¿Yo
qué sé? No soy pajarero.
-¿Te
has fijado que no hay ninguno negro?
-¿Verdad?
Ese cabroncete del “Lucas” era un cerdo racista….
-¿Cómo?
-Nada…..¡Mira,
mira!....¡Fíjate como persiguen a la pata!
-La
pata, ¿eh? ¿Cuándo una pata se queda coja es una pata coja o una coja pata?
-Samuel,
no lo sé. Ya te he dicho que no soy pajarero.
-Tampoco
has sido nunca muy avispado.
-No
digas eso, Samuel. Tuve problemas, eso es todo.
-Todos
los tenemos, Marti. Todos.
-¿Sigues
pensando en tu mujer?
-¿A qué
mierda viene eso?
-Bueno,
siempre estás serio, triste, amargado. Yo no soy muy listo en nada, pero sé
cuando alguien no olvida ciertas cosas.
-Vaya
con el pajarero. Diez minutos mirando los patos y se te ilumina la cabecha.
-Cabeza,
Samuel. Cabeza.
-Eso he
dicho. Cabeza.
-No. Has
dicho cabecha, que lo he oído.
-¿Qué
eres ahora, un rarito de esos que tienen estudios?
-Sabes
que no sé leer, Samuel.
-Pues
eso. Que estás sordo.
-Lo que
tú digas. Yo a mi Marisa sí que la echo de menos. Era una buena mujer……
Al
decir aquello, Marti se quedó mirando un pato. Aquella ave estaba metiendo la
cabeza bajo el agua buscando algo. “¿Por qué lo buscaba abajo si podía volar y
buscarlo en el cielo? ¿Se estaba escondiendo y creía que así no iban a ver el
resto de su cuerpo? ¿Era pariente del avestruz? Dios mío, ¿Era una avestruz el pato? ¿Eran
todos los patos, avestruces? ¿Quién diablos estaba tramando toda esa….
-Te
estoy escuchando, Marti
-Oh….
-Deja a
los patos tranquilos y ese vino que te está friendo el cerebro.
-Sólo
bebo un poquito por la noche, Samuel. Es bueno para el corazón, me lo dijo el
doctor Pelleter.
-A ese
cerdo deberían hacerle un monedero con su escroto.
-No
digas esas cosas, Samuel. El doctor Pelleter se preocupa por mí.
-Ese
payaso se quita los pacientes de encima como si fueran moscas. Ni te escucha ni
nada. Ni siquiera te mira cuando le hablas. Si le veo por la calle le doy con
el bastón y le parto las rodillas.
-Samuel,
es un buen hombre. Déjalo. Él no tiene culpa. No tiene tiempo, eso es todo.
-Eso es
precisamente lo que no tenemos nadie, tiempo.
-No
seas así de dramático, Samuel, por dios. Mira los avestruces co….digo los
patitos como vuelan, ¿eh?
-Esmeralda
era una buena mujer también…..
-Sí que
lo era, Samuel, sí que lo era.
-Se
preocupaba por mí. Me preparaba el desayuno, me planchaba la ropa para ir al
trabajo, me daba un besito antes de marcharme……es verdad que la pobre mujer al
envejecer cada vez era más pesada, pero ¿quién no, verdad?....Nunca fue fácil
entre los dos, pero siempre nos apoyamos. Me entristece pensar que ella nunca
estuvo tranquila o satisfecha con nuestro matrimonio. La pobrecita siempre
creyó que yo era alguien especial y la verdad es que no sé cómo pude engañarla
durante tantos años y que no se diese cuenta de que era un tipo bastante
desastroso. No sé de donde sacaba aquella positividad, esa fuerza. Yo, por el contrario,
era más negativo, más……más gilipollas. Si llegamos hasta el final no fue por
mí, desde luego.
-Ese
pato lleva treinta minutos con la cabeza bajo el agua, ¿Estará muerto?
-A
veces pienso que debería haberme casado
con una mujer igual de gilipollas que yo…..Joder sí que era pesada, si…….todo
el día dale que te pego…. dándole a la lengua….Era muy detallista, pequeños
detallitos….igual fue eso, que diera por hecho ese gran amor aun sabiendo que
ninguno de los dos estuvo realmente seguro de nada. De eso sí que se daba
cuenta, bueno la verdad es que se daba cuenta de todo. Tenía olfato para eso,
era muy lista….Según ella, yo siempre fui muy raro, pero te digo yo que ella no
lo era menos para mí. Yo era un limón y ella una piña. Yo un zorro y ella un
unicornio.
-Mira,
parece que hay más patitos imitándolo. ¿Un suicidio colectivo?
-Creo
que deberíamos habernos separado. Ella hubiese sido feliz. Al menos uno de los
dos se habría salvado.
-¿debería
unirme a ellos?
-En
fin, las cosas de la vida.
-Ahora
vuelvo.
Marti
se levantó impetuoso y fue directo hacia el estanque. Samuel dejó de pensar en
Esmeralda. Ella estaba bien donde estaba. Él no parecía estar bien en ningún
sitio, pero aun así ahí seguía. Estaba pensando en eso cuando enfocó la vista y
vio lo que estaba haciendo Marti. Fue todo lo deprisa que pudo. Le cogió por
los brazos y le sacó la cabeza del estanque. Marti reía como un loco. Tenía
ojos de poseso, de chiflado.
-¿QUÉ
COÑO ESTÁS HACIENDO, AMIGO?
-¡Estos
patitos son la monda! ¡la monda!
-Venga
Marti, venga. ¡Le gente está mirando!
-Me da
igual que la gente mire, Samuel. ¡Aunque miren no ven nada!
-Claro,
Marti. Claro.
-ESOS
PATITOS SABEN LO QUE HACEN. ESOS PATITOS SON DIOSES.
-Dios
mío, MARTI. Definitivamente has perdido la cabecha.
-La
cabeza, Samuel. La cabeza.
-Eso he
dicho ¿Estás sordo?
-Está
bien…..si tú lo dices……
Los
dioses y los patos y los viejos y todo el mundo entero tenía un por qué para
esconder la cabeza. Mejor eso que enloquecer. Cada uno lo hacía a su modo…..Eso
es todo…..
Inspiracional, me marcho ahora mismo a meter la cabeza en la banera
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