miércoles, 19 de junio de 2013

De las puertas del desierto a la salita del infierno




No sé muy bien por qué empecé a hacer aquello; me refiero al hecho de salir por la noche, solo. No es como en otras grandes ciudades del mundo en las que si se hace, aquí es al contrario: si estás solo eres un loco y eso no se puede permitir, hay que esconderlo, ir acompañado hasta para cagar. Sólo quería no ser partícipe de nada. Estar sin estar. Evidentemente es algo que no logré hacer (en toda situación siempre se proyecta una sombra,) pero me entretenía. Así que allí me encontraba otra vez;  en la cocina, preparando un combinado de litro y medio de una bebida dulzona mezclada con zumo de naranja exprimido. Vacié una botella de agua y vertí el preparado en su interior. Le di unos tragos comprobando el punto. Lie un cigarrillo para el camino. Saludé a mi perra poniendo mi mano entre sus orejas  y salí por la puerta. Me subí al coche, encendí la radio, bajé las ventanillas y arranqué.
Mientras iba por la autovía me fijé en esas luces que proyectan las farolas en los arcenes. Tenían y siguen teniendo ese  tono anaranjado que me perturba. Eran las mismas que iluminaban mi calle. Cuando era de noche una de sus luces se metía por mi ventana iluminando la habitación. Tenía la persiana estropeada desde hacía un par de años pero nunca pensé en arreglarla, lo único que hacía era mirar la farola, bajar la vista y mirar el rifle de perdigones apoyado en la pared, mirar la farola, mirar el rifle, mirar la farola, mirar el rifle y pensaba: un día de estos, bombillita, un día de estos.
 El caso es que iba dándome el viento en la cara, con las ventanillas bajadas, fumando, bebiendo. Una noche fresca y agradable. Después de un rato buscando un sitio para aparcar, estacioné el coche y caminé hacia el Barrio del Carmen. Aún no lo habían transformado del todo en un barrio para guirufos infestado de chiquitas jóvenes apretadas y armadas con cientos de tarjetitas y recomendaciones para ir al restaurante que representaban. Todavía no habían llegado los bomberos con sus mangueras para sacar a las gentes de las calles. La policía local todavía era un poco provinciana, ya me entienden. La plaza del Vito no era un parking. Los locales de copas eran locales de copas y no pseudodiscotecas  o cafés pretenciosos donde te cobran trece pavos un cubata. Se podía estar en la calle hasta altas horas rodeado de todo tipo de gente: punkis, hippies, mascachapas, vagabundos,  cerebros gripados, gente de la nada, maníacos, pijos, estrafalarios, drogotas, camellos, putas y un sinfín de gente de la mejor ralea. No había necesidad de demostrar a nadie foráneo que Valencia era una ciudad digna. La desvergüenza siempre fue mucho más sincera que las buenas formas. Las marujas no llamaban a la policía para hacer callar a toda esa gente sino que se tomaban la ley por su cuenta y arrojaban cubos de agua desde sus pisos con la infructuosa intención de hacer desaparecer a la muchedumbre. Todo estaba donde tenía que estar. Todo estaba vivo y tenía raza. No era como ahora, calles sin identidad como una especie de centro comercial al aire libre. Pero todo eso aún no había sucedido.
Fui hacia la plaza del Carmen y todavía estaba vacía. Fui a la Plaza del Tosal y me senté en uno de los bancos. No había terrazas ocupando toda la jodida plaza, así que sentarse allí siempre me gustó porque  podías vigilar a todo el mundo.
 Estaba sentado al lado de un grupo de vagabundos. Algunos estaban en el suelo. Bebían vino barato y gritaban y reían y gesticulaban de forma grotesca. Enfrente del banco corrido estaban en los bancos cortos unos africanos con sus bicicletas hechas polvo, sus bolsas y sus gorros. Y el espacio entre ellos y nosotros era un  continuo pasacalle de gente.
Saqué el tabaco y me lie un cigarro. Bebí un buen trago y observé. No pasó mucho tiempo hasta que alguien se sentó a mi lado. Por la pinta parecía marroquí. Llevaba una especie de chilaba, tenía barba y unos ojos pequeños y negros. Me pidió un cigarro. Se lo lio y no volvimos a hablar hasta un buen rato después cuando yo ya había vaciado la mitad de la botella y estaba intentando cantar una canción.
-“Ya no cantes cigarra….ya para tu sonsonete…..que llevo una pena en el alma…como un puñal se me mete…”
-Oye chico no lo estás haciendo bien
-¿Qué?
- Que muy bien el intento, pero te vas de ritmo.
Me reí.
-Camarón es mu bueno y mu difícil de cantarlo. El ritmo no es así. Es así. Tan tan tan, taca tan tan tan- dijo mientras daba palmas y me enseñaba como hacerlo.
-Te gusta  Monje Cruz, ¿eh?
-Claro, uno de los mejores cantaores. Pero también me gusta mucho los Pink Floys, los Zeppelin, etc…- dijo orgulloso.
-Vaya, vaya. Y ¿qué más?
-Me gusta la astrología. ¿Qué signo del zodiaco eres?
-Libra- dije mientras se echaba las manos a la cara y resoplaba.
-¿Qué pasa?- le pregunté
-Nada, nada. Es un buen signo…
-Pero……
-Que lo tienes difícil.
-Oh…
-Sí, es un signo increíble. Sois gente legal, de buen humor, pero tenéis una peculiaridad que puede crearos problemas.
-¿Qué eres, una especie de brujito?- dije entrecerrando los ojos.
-Sois el signo de la justicia. Del equilibrio.
Volví a reír.
-Pero se os va la olla, amigo. Y cuando se os va, os separáis de todos aquellos que tenéis alrededor, y eso es un problema. La balanza es vuestro talón de Aquiles. El equilibrio; toda la vida lo buscáis como si fuera la respuesta, aunque no sepáis cual es la verdadera pregunta…
-Vaya, y tú vas a ser quien me la va a decir, ¿no?- dije. Él rio.
-No, no, que va. Cada uno tiene lo suyo. Yo sé lo que busco aunque sepa que ya lo he perdido.
-Sorpréndeme.
-Una mujer. Tuve una hija con ella y me dejó. Llevo tres años sin verlas. No quiere que las vea.
-Eso sí que es un problema.
-Sí que lo es. Pero lo acepto. Yo no he sido un buen marido nunca. Bebía mucho y se hartó de mí.
-¿Ya no bebes?- dije. Él cambió su semblante triste y rio con una especie de mueca insatisfecha.
-Sí, claro.…pero …No se trata de elegir…la cosa no va por ahí. Yo llevo veinte años en la calle- dijo. Le ofrecí un trago.
-¿Aquí en Valencia?
-Sí, aquí en Valencia. Me conozco todas las calles. He vivido en todos los parques, conozco la ciudad como la palma de mi mano.
A continuación paso a nombrarme todo tipo de plazas, calles y estatuas de toda la ciudad; y de todas me contaba la historia de en memoria de qué o quién se había creado. Le creí. Yo no tenía ni idea de ninguna calle.
-Joder, veinte años son muchos años- dije y esa vez le di yo un trago al mejunje.
-Vine de Marruecos, de Ouarzate: la ciudad de la Puerta del Desierto.
-Cojonudo, de las puertas del desierto a la salita del infierno- dije y se rio un poco.
Empezó a contarme como era vivir en aquella ciudad cuando se aproximaron un par de mujeres de mediana edad pasaditas de rosca. Se pararon frente a nosotros no sé muy bien por qué; supongo que nos vieron en la cara la clase de gilipollas que éramos.
-Hola holaaaaaa chicos!!!!- dijo la pechugona
-Hola cara de bola- dije yo.
-ji ji que gracioso- dijo la flaca
-Hey- dijo Marruecos.
-¿Sois papá e hijo?- dijo pechugona
Nos miramos y al instante Marruecos me cogió la botella y echó un trago, luego pasó a mirar hacia otro lado y se quedó callado hasta que se fueron.
-¿Sois borderline?- pregunté yo.
-¿Qué es eso de brodel….brodedine, guapito?-dijo la flaca apoyándose en Pechugona.
-Oye, oye, guapito….¿te gustan las extensiones que llevo?-dijo Pechugona tocándose el pseudocabello con el dorso de la mano.
-¿Sabes que tengo una malformación en los genitales?
-jijji, ¡no me digas!
-Como te lo digo. Tengo extensiones de los huevos y me los estás pisando, así que ¿por qué no os vais tú y tu amiga y nos dejáis tranquilamente charlando?
-Uy! Ji ji ji que gilipollas el chiquillo jijiji, vamos Vanessa, déjalos que se amarguen ellos solitos.
-Muchas gracias……. un placer…….. encantado de conversar con vosotras.
-Que te den listillo- dijo Flaca agarrando a Pechugona. Se fueron contoneando mientras se susurraban cosas al oído y se reían sin parar.
Marruecos y yo nos miramos de nuevo pero no dijimos nada de lo ocurrido. Supongo que cuando una pareja de gilipollas se topa con sus semejantes no hay mucho que hablar sobre el asunto.
-Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Ashraf, y ¿tú?
-Mike.
-Encantado, Mike.
-Encantado, hombre.
Bebimos hasta acabarnos la botella del mejunje y caminamos hacia otro lado. Él cojeaba. Llegamos a la Plaza del Carmen y nos sentamos en un banco vacío. En un par de ocasiones se acercaron dos tipos pidiéndole chocolate a Ashraf. Ashraf les dijo que no tenía, que sólo tenía churros pa mojar.
-Oye Mike…….esto……- empezó a decir sacudiendo la botella vacía.
-Espera, vamos aquí al lado.
Fuimos al bar que antes se encontraba detrás de la esquina, el que estaba regentado por un tipo bajito y moreno con largas melenas canosas. Compré dos litros de cerveza para Ashraf.
-Vaya mierda, está caliente-dije
-Calla, hombre. Está perfecta- dijo pasándome el litro
-No me gusta. No puedo con ella- Ashraf mostró sus ojos desorbitados
-¿Cómo puede ser eso?  ¡La cerveza le gusta a todo el mundo!
-Entonces igual es que no pertenezco al mundo.
-Estás loco- dijo pegándole un buen trago- Es la mejor bebida del planeta.
Yo no dije nada. Estaba harto de dar explicaciones sobre mí “no me gusta la cerveza”. Nos quedamos callados un buen rato. Ashraf comenzó el segundo litro. La noche había estado avanzando sin que nos diéramos cuenta, todo lo contrario a cómo avanza un día de trabajo.
Ashraf inició un soliloquio. “Toda la vida tenemos el cielo encima de nuestras cabezas y no le prestamos atención. Los techos son un estorbo, sólo complican la cosa. …¿Te has dado cuenta de la gente? Van a su aire. Llenan sus vidas con cualquier cosa, no importa la clase de basura que metan en ellas. Todo el cielo lleno de nubes de tormenta que no nos dejan ver las estrellas en lo alto. Los techos son un estorbo. No sirven para nada. Cualquiera podría hacer cualquier cosa, incluso librarse de la muerte. Yo ya lo he hecho: hace una semana me atropellaron al lado de las Torres de Serrano. Por eso la cojera. El hijo puta me atropelló y me dejó tirado en medio de la carretera. No pude levantarme. Unos compañeros me sacaron de allí en medio y me llevaron al rio. Creo que tengo la herida infectada, que tengo el alma infectada, por eso bebo. Pero aun así las nubes no hay quien las haga desaparecer, no hay manera. No hay forma de ver el camino de vuelta a casa. No me puedo guiar por las estrellas. La verdad es que esta vida no me gusta. Estoy cansado de aguantar. Preferiría haber muerto cuando el hijo puta me atropelló. Pero bueno ya se me llevará lo que sea que se me lleve. Creo que lo único importante es estar atento……Te doy las gracias por la cerveza aunque siga sin comprender que no te guste. Cada uno a lo suyo ¿no?.....Creo que me voy a ir Mike. Voy a dormir a un parque que está un poco lejos de aquí y entre la cojera y la bebida voy a tardar en llegar, así que……
-Ha sido un placer Mike. Me alegro de haberte conocido- dijo levantándose con esfuerzo del banco
-Igualmente, hombre. Ha sido una buena noche.
-Que no te cojan vivo.
-Je je. Claro, no te preocupes. Cuídate esa pierna.
-Sí, la muy puta tarda en recuperarse, pero lo hará.
Me estrechó la mano con fuerza y luego inclinándose me señaló el cielo. Apuntó a las estrellas y luego a las nubes.
-Un jodido estorbo, Mike.
-Que vaya bien, Ashraf.
Nos despedimos y se marchó. Caminaba renqueante. Llevaba el resto del segundo litro en una mano y con la otra se recogía un poco la chilaba para no tropezar. Estaba empezando a amanecer y el cielo se estaba despejando del todo, así que el estorbo había desaparecido y por fin podía volver a casa.
Busqué el coche, lo encontré, bajé las ventanillas, encendí un cigarro, arranqué y aceleré hasta mi casa. No sé por qué, pero el mundo parecía ir al revés.

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