viernes, 24 de mayo de 2013

Cuando apuestas hasta tu alma, puedes salir ganando....o muriendo


La última capa es tan frágil que dos palabras pueden romperla. 

Estaba sentado en la terraza de un bar. El día era tan soleado que estar tan deprimido hacia que fuese una burla meteorológica. El cielo despejado y ese azul tan brillante y luminoso eran elementos aterradores. En vez de reconfortarle, aumentaba su sentimiento de desarraigo. Pensó que él era de otro planeta. No sentía nada especial por sus semejantes. No los entendía. En la teoría de la polaridad su situación era una  ecuación indeterminada. Tal vez no había elegido bien, pero desde su punto de vista no había forma de acertar. En cualquiera de los casos habría llegado al mismo punto. De lo que si se había dado cuenta era  que nadie había levantado sospechas por su comportamiento. Su imitación era tan brillante que nadie lo hubiese imaginado, o eso creía. Un hombre trabajador, casado y aficionado a los deportes. Ni era muy simpático, ni desagradable. Llevaba a cabo todas las normas sociales. Desde pequeño se había limitado a observar que era lo que hacía el resto y en función de las respuestas a esos actos, interiorizaba o descartaba. Actuar así fue un consuelo, por lo menos durante una gran parte de su vida. No resultaba difícil. La mayoría de la gente era insulsa, sin imaginación y aburrida. El resto simplemente hacia todo lo posible para no parecerse a los primeros. Así que llegaban a ser tan indeseables tanto unos como los otros.
A su mujer la conoció en un bar.  Le pidió una cita y ella dijo que sí. Le pidió que se fuesen a vivir juntos y ella contestó que sí. Le pidió matrimonio y ella aceptó. Así de fácil. Pensó que era lo que había que hacer y lo hizo. El por qué la eligió ni se le pasaba por la cabeza. Pensó que era lo normal llegados a esa etapa de su vida y ella se cruzó en su camino. Como tener una pistola en la mano  y que un pájaro se pose en el cañón del arma. Sólo hay que hacer clic.

Llevaban doce años juntos. Doce años sin altibajos, sin mucha conversación. Dolores era callada, respetuosa y siempre parecía estar de acuerdo con lo que Onofre decidiese. Ella había tenido una infancia difícil sin el amor y el apoyo de una familia, y Onofre era lo que necesitaba. Simplemente alguien que estuviese a su lado. No pedía mucho más porque eso era más de lo que había recibido hasta ese momento. Pero las personas evolucionan y según hacia dónde sea, pueden pasar dos cosas: una, que se produzca un choque entre dos trenes de alta velocidad; o dos, que se produzca un choque en el cielo entre dos aviones. Al final por algún lado ha de salir toda esa basura. Tragarte lo que piensas durante mucho tiempo te enloquece. Pero Dolores lo había soportado.  Lo podía soportar porque no se permitía pensar en algo mejor, pero se despistó y dejó una ranura abierta a la esperanza. Cometió el error de plantearse alternativas, de visualizar una vida diferente. “si ellos pueden, ¿por qué yo no?”, pensaba. Así que empezó a contrariar a Onofre, a criticar su forma de comportarse, a decirle que nadie podía vivir sin corazón, que su forma de vivir era primitiva, triste y que no valía la pena vivirla. En estos casos alguien tiene que pagar y siempre lo hace quien tienes a tu lado. La culpa siempre es de quien tienes en frente. Onofre por su parte empezó a sentir algo nuevo. Era la primera vez que se sentía decepcionado por algo o alguien. “¿Por qué ahora?” No se lo podía creer. Todos estos años afianzando su forma de vivir y ahora esa zorra lo iba desmantelar todo porque quería vivir su sueño. Si alguien tiene la culpa es quien tienes delante y Dolores estaba justo en frente. Empezó a enloquecer. ¿Qué clase de sueño era ese? “……encontrarme conmigo misma, quiero sentir algo de verdad, no quiero sentirme así el resto de mi vida…” ¿De qué demonios estaba hablando aquella mujer? ¿Qué era esa mierda de encontrarse a sí misma? No le faltaba de nada. Comida, un techo, una televisión. “si quieres encontrarte a ti misma, mírate en un espejo y déjate de tonterías”.
 Dolores hacía planes. La ranura de la esperanza era demasiado atrayente como para obviarla; eso y que por su marido sólo sentía desprecio. Le ponía histérica que no reaccionase ante nada. Ese hombre era un desgraciado que le estaba amargando la vida.
Onofre empezó a sentir algo mucho más fuerte de lo que nunca había sentido, si es que alguna vez había sentido algo. Su interior se había abierto. Las profundidades de un alma que se reprime siempre son tortuosas y Onofre por mucho que hubiese hecho lo imposible por no permitirse nada para con el mundo, por mantenerse al margen, no estaba resultando.

Un hombre como él. De eso nada. Una perra chiflada con ganas de joderle no iba a salirse con la suya, eso sí que no.
Una mujer como ella. Toda una vida poniendo la sonrisa. Con una infancia de mierda. Ya era hora de tener algo mejor, y desde luego un hombre despreciable, un hijo de la gran puta sin corazón como aquel no se lo iba a impedir.

Onofre regresó del bar.
Dolores estaba esperándole.
Abrió la puerta, caminó por el pasillo y fue directo a la cocina.
-¡Lo que tú buscas sólo lo vas a encontrar cuando estés muerta! ¿¿Lo entiendes??! La paz sólo la tendrás cuando estés muerta!
-Déjame tranquila, ¿quieres? Voy a hacer las maletas y me marcho.
-Y ¿¿Dónde coño vas a ir si se puede saber??
-No te importa. Me marcho y eso es todo lo que vas a saber de mí a partir de ahora.
-¿¿Quién coño te ha metido en la cabeza que puedes hacer lo que te venga en gana??
-y ¿Quién narices eres tú para impedírmelo? ¿Eh? No eres más que un fracasado.
-¿¿¿Un fracasado??? ¿¿Y me lo dices tú?? ¿¿¿una maldita huérfana que no tiene donde caerse muerta???
-Eres despreciable, ¿sabes? Yo seré una maldita huérfana que no tiene nada, pero espero cambiarlo, ¿Entiendes? No soy como tú. Tú tienes familia y no quieren saber de ti porque eres un gilipollas, porque estás loco, porque no eres un hombre, eres una piedra. Qué digo una piedra. Eres peor que eso. Eres….
-¡Cállate ya!¡calla de una maldita vez! Yo seré lo que soy, pero nunca te he engañado. ¡Siempre he sido el mismo!
-Igual es ese el problema. Que siempre has sido el mismo hombre sin corazón.
-¿¿De qué pollas estás hablando??
-¡Vete a la mierda! Siempre has pensado que no valga nada. Siempre me has menospreciado. Te crees muy listo por pagar esta casa, ¿no? Cualquier subnormal podría pagar esta casa de mierda.
-No te voy a permitir que me hables así ¡hija de puta!

Dolores se quedó mirándole y sonrió. Por una vez en su vida sabía que podía con ese hombre. Abrió la nevera y cogió una cerveza fresca. Se sentó en la mesa y con esa media sonrisa le dio un trago. “joder, qué bien se siente una cuando se enfrenta a sus miedos” pensó.
A Onofre se le empezó a nublar la vista. Empezó a sudar como un cerdo. Miles de pensamientos se estaban apoderando de su mente. No conseguía volver a esa calma que le proporcionaba la indiferencia. Era como haber dado un paso en falso y no poder volver atrás. Algo desproporcionado se estaba apoderando de él, como si otro cuerpo mucho mayor estuviese ocupando el suyo propio y estirase la piel hasta desgarrarla.
Cogió un cuchillo y fue directo a su mano. Le traspasó la piel, le seccionó tendones, músculos, venas y le partió los huesos de la mano. EL cuchillo le atravesó hasta clavarse en la mesa de madera. Dolores chilló.
-¡¡¡HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTAAAA!!!
Se agarró al cuchillo en un intento de soltarlo de la mesa y liberar su mano, pero no pudo. Cogió la botella de cerveza por el cuello y se la estampó en la cara a Onofre. Le desgarró los párpados sacando sus ojos de las órbitas. Tenía toda la cara llena de cristales y sangre mezclada con toda aquella cerveza.
-¡¡¡MALDITA ZORRAAAAA!!!! ¡¡¡ESTOY CIEGOOOOOO!!!! ESTOY CIEGO!!!!!!
La situación era dantesca. Dolores apoyó sus pies contra la mesa y agarrando el cuchillo hizo el suficiente esfuerzo como para soltarse. Lo empuñó y se dirigió a Onofre, que tapándose la cara deambulaba como un pollo sin cabeza en medio de la cocina hasta que calló de rodillas. Ella lo aprovechó y le cortó el tendón de Aquiles de la pierna derecha. Onofre soltó sus manos y se las llevó al pie. Dolores no podía parar de acuchillarle. Una y otra vez. En la clavícula, en el brazo, en el costado. Atravesó su hígado como si atravesase un muñeco de plastilina. Onofre cayó hacia delante retorciéndose. Ella saltó sobre su espalda y alzó los brazos tanto como pudo. Le clavó el cuchillo destrozándole las vértebras. Una y otra vez. Una y otra vez.  Le perforó el cráneo decenas de veces hasta que le partió la hoja del cuchillo dentro de su cabeza. Parecía una pelota de playa pinchada. Trozos de cerebro y vísceras esparcidos por el suelo. La luz del día entraba por la ventana iluminando la cocina, dándole un color especial a toda aquella sangre, a toda aquella violencia.
Se levantó del suelo agotada y taponó el agujero en su mano con un trapo de cocina. Se sentó en el suelo y se encendió un cigarro intentando dilucidar que opciones tenía. Miro a Onofre y le pareció que un cadáver no era tan horrendo. A veces estar muerto podría ser una buena solución. Apagó el pitillo y se fue a la habitación. Llenó una bolsa de deportes con un poco de ropa, un cepillo de dientes, un peine y la cerró. Se puso un abrigo y se subió la cremallera hasta arriba para esconder toda aquella sangre en su cuerpo. Cogió su cartera con un poco de dinero y la documentación y se dispuso a marcharse.
Volvió a pasar por la cocina y le echó una última mirada al cuerpo de Onofre. “Ya nos veremos” Susurró. Abrió la puerta. La cerró. Bajó las escaleras y salió del edificio. Puso un pie detrás del otro y ya sólo escuchó sus pasos. Zap, zap, zap, zap.