No sé
muy bien por qué empecé a hacer aquello; me refiero al hecho de salir por la
noche, solo. No es como en otras grandes ciudades del mundo en las que si se
hace, aquí es al contrario: si estás solo eres un loco y eso no se puede
permitir, hay que esconderlo, ir acompañado hasta para cagar. Sólo quería no
ser partícipe de nada. Estar sin estar. Evidentemente es algo que no logré
hacer (en toda situación siempre se proyecta una sombra,) pero me entretenía.
Así que allí me encontraba otra vez; en
la cocina, preparando un combinado de litro y medio de una bebida dulzona
mezclada con zumo de naranja exprimido. Vacié una botella de agua y vertí el
preparado en su interior. Le di unos tragos comprobando el punto. Lie un
cigarrillo para el camino. Saludé a mi perra poniendo mi mano entre sus
orejas y salí por la puerta. Me subí al
coche, encendí la radio, bajé las ventanillas y arranqué.
Mientras
iba por la autovía me fijé en esas luces que proyectan las farolas en los
arcenes. Tenían y siguen teniendo ese tono anaranjado que me perturba. Eran las
mismas que iluminaban mi calle. Cuando era de noche una de sus luces se metía
por mi ventana iluminando la habitación. Tenía la persiana estropeada desde
hacía un par de años pero nunca pensé en arreglarla, lo único que hacía era
mirar la farola, bajar la vista y mirar el rifle de perdigones apoyado en la
pared, mirar la farola, mirar el rifle, mirar la farola, mirar el rifle y
pensaba: un día de estos, bombillita, un día de estos.
El caso es que iba dándome el viento en
la cara, con las ventanillas bajadas, fumando, bebiendo. Una noche fresca y
agradable. Después de un rato buscando un sitio para aparcar, estacioné el
coche y caminé hacia el Barrio del Carmen. Aún no lo habían transformado del
todo en un barrio para guirufos infestado de chiquitas jóvenes apretadas y
armadas con cientos de tarjetitas y recomendaciones para ir al restaurante que
representaban. Todavía no habían llegado los bomberos con sus mangueras para
sacar a las gentes de las calles. La policía local todavía era un poco
provinciana, ya me entienden. La plaza del Vito no era un parking. Los locales
de copas eran locales de copas y no pseudodiscotecas o cafés pretenciosos donde te cobran trece pavos
un cubata. Se podía estar en la calle hasta altas horas rodeado de todo tipo de
gente: punkis, hippies, mascachapas, vagabundos, cerebros gripados, gente de la nada,
maníacos, pijos, estrafalarios, drogotas, camellos, putas y un sinfín de gente de la mejor ralea. No había necesidad de demostrar a nadie foráneo que Valencia era una
ciudad digna. La desvergüenza siempre fue mucho más sincera que las buenas
formas. Las marujas no llamaban a la policía para hacer callar a toda esa gente
sino que se tomaban la ley por su cuenta y arrojaban cubos de agua desde sus
pisos con la infructuosa intención de hacer desaparecer a la muchedumbre. Todo
estaba donde tenía que estar. Todo estaba vivo y tenía raza. No era como ahora,
calles sin identidad como una especie de centro comercial al aire libre. Pero
todo eso aún no había sucedido.
Fui
hacia la plaza del Carmen y todavía estaba vacía. Fui a la Plaza del Tosal y me
senté en uno de los bancos. No había terrazas ocupando toda la jodida plaza,
así que sentarse allí siempre me gustó porque podías vigilar a todo el mundo.
Estaba sentado al lado de un grupo de
vagabundos. Algunos estaban en el suelo. Bebían vino barato y gritaban y reían
y gesticulaban de forma grotesca. Enfrente del banco corrido estaban en los
bancos cortos unos africanos con sus bicicletas hechas polvo, sus bolsas y sus
gorros. Y el espacio entre ellos y nosotros era un continuo pasacalle de gente.
Saqué
el tabaco y me lie un cigarro. Bebí un buen trago y observé. No pasó mucho
tiempo hasta que alguien se sentó a mi lado. Por la pinta parecía marroquí.
Llevaba una especie de chilaba, tenía barba y unos ojos pequeños y negros. Me
pidió un cigarro. Se lo lio y no volvimos a hablar hasta un buen rato después
cuando yo ya había vaciado la mitad de la botella y estaba intentando cantar una
canción.
-“Ya no cantes cigarra….ya para tu
sonsonete…..que llevo una pena en el alma…como un puñal se me mete…”
-Oye
chico no lo estás haciendo bien
-¿Qué?
- Que
muy bien el intento, pero te vas de ritmo.
Me reí.
-Camarón
es mu bueno y mu difícil de cantarlo. El ritmo no es así. Es así. Tan tan tan,
taca tan tan tan- dijo mientras daba palmas y me enseñaba como hacerlo.
-Te
gusta Monje Cruz, ¿eh?
-Claro,
uno de los mejores cantaores. Pero también me gusta mucho los Pink Floys, los
Zeppelin, etc…- dijo orgulloso.
-Vaya,
vaya. Y ¿qué más?
-Me
gusta la astrología. ¿Qué signo del zodiaco eres?
-Libra-
dije mientras se echaba las manos a la cara y resoplaba.
-¿Qué
pasa?- le pregunté
-Nada,
nada. Es un buen signo…
-Pero……
-Que lo
tienes difícil.
-Oh…
-Sí, es
un signo increíble. Sois gente legal, de buen humor, pero tenéis una
peculiaridad que puede crearos problemas.
-¿Qué
eres, una especie de brujito?- dije entrecerrando los ojos.
-Sois
el signo de la justicia. Del equilibrio.
Volví a
reír.
-Pero
se os va la olla, amigo. Y cuando se os va, os separáis de todos aquellos que
tenéis alrededor, y eso es un problema. La balanza es vuestro talón de Aquiles.
El equilibrio; toda la vida lo buscáis como si fuera la respuesta, aunque no
sepáis cual es la verdadera pregunta…
-Vaya,
y tú vas a ser quien me la va a decir, ¿no?- dije. Él rio.
-No,
no, que va. Cada uno tiene lo suyo. Yo sé lo que busco aunque sepa que ya lo he
perdido.
-Sorpréndeme.
-Una mujer. Tuve una hija con ella y me dejó. Llevo tres años sin verlas.
No quiere que las vea.
-Eso sí
que es un problema.
-Sí que
lo es. Pero lo acepto. Yo no he sido un buen marido nunca. Bebía mucho y se hartó de mí.
-¿Ya no
bebes?- dije. Él cambió su semblante triste y rio con una especie de mueca
insatisfecha.
-Sí,
claro.…pero …No se trata de elegir…la cosa no va por ahí. Yo llevo veinte años
en la calle- dijo. Le ofrecí un trago.
-¿Aquí
en Valencia?
-Sí,
aquí en Valencia. Me conozco todas las calles. He vivido en todos los parques,
conozco la ciudad como la palma de mi mano.
A
continuación paso a nombrarme todo tipo de plazas, calles y estatuas de toda la
ciudad; y de todas me contaba la historia de en memoria de qué o quién se había
creado. Le creí. Yo no tenía ni idea de ninguna calle.
-Joder,
veinte años son muchos años- dije y esa vez le di yo un trago al mejunje.
-Vine
de Marruecos, de Ouarzate: la ciudad de la Puerta del Desierto.
-Cojonudo,
de las puertas del desierto a la salita del infierno- dije y se rio un poco.
Empezó
a contarme como era vivir en aquella ciudad cuando se aproximaron un par de
mujeres de mediana edad pasaditas de rosca. Se pararon frente a nosotros no sé
muy bien por qué; supongo que nos vieron en la cara la clase de gilipollas que
éramos.
-Hola
holaaaaaa chicos!!!!- dijo la pechugona
-Hola
cara de bola- dije yo.
-ji ji
que gracioso- dijo la flaca
-Hey-
dijo Marruecos.
-¿Sois
papá e hijo?- dijo pechugona
Nos
miramos y al instante Marruecos me cogió la botella y echó un trago, luego pasó
a mirar hacia otro lado y se quedó callado hasta que se fueron.
-¿Sois
borderline?- pregunté yo.
-¿Qué
es eso de brodel….brodedine, guapito?-dijo la flaca apoyándose en Pechugona.
-Oye,
oye, guapito….¿te gustan las extensiones que llevo?-dijo Pechugona tocándose el
pseudocabello con el dorso de la mano.
-¿Sabes
que tengo una malformación en los genitales?
-jijji,
¡no me digas!
-Como
te lo digo. Tengo extensiones de los huevos y me los estás pisando, así que
¿por qué no os vais tú y tu amiga y nos dejáis tranquilamente charlando?
-Uy! Ji
ji ji que gilipollas el chiquillo jijiji, vamos Vanessa, déjalos que se
amarguen ellos solitos.
-Muchas gracias……. un placer…….. encantado de conversar con vosotras.
-Que te
den listillo- dijo Flaca agarrando a Pechugona. Se fueron contoneando mientras
se susurraban cosas al oído y se reían sin parar.
Marruecos
y yo nos miramos de nuevo pero no dijimos nada de lo ocurrido. Supongo que
cuando una pareja de gilipollas se topa con sus semejantes no hay mucho que
hablar sobre el asunto.
-Por
cierto, ¿cómo te llamas?
-Ashraf,
y ¿tú?
-Mike.
-Encantado,
Mike.
-Encantado,
hombre.
Bebimos
hasta acabarnos la botella del mejunje y caminamos hacia otro lado. Él cojeaba.
Llegamos a la Plaza del Carmen y nos sentamos en un banco vacío. En un par de
ocasiones se acercaron dos tipos pidiéndole chocolate a Ashraf. Ashraf les dijo
que no tenía, que sólo tenía churros pa mojar.
-Oye
Mike…….esto……- empezó a decir sacudiendo la botella vacía.
-Espera,
vamos aquí al lado.
Fuimos
al bar que antes se encontraba detrás de la esquina, el que estaba regentado
por un tipo bajito y moreno con largas melenas canosas. Compré dos litros de
cerveza para Ashraf.
-Vaya
mierda, está caliente-dije
-Calla,
hombre. Está perfecta- dijo pasándome el litro
-No me
gusta. No puedo con ella- Ashraf mostró sus ojos desorbitados
-¿Cómo
puede ser eso? ¡La cerveza le gusta a
todo el mundo!
-Entonces
igual es que no pertenezco al mundo.
-Estás
loco- dijo pegándole un buen trago- Es la mejor bebida del planeta.
Yo no
dije nada. Estaba harto de dar explicaciones sobre mí “no me gusta la cerveza”.
Nos quedamos callados un buen rato. Ashraf comenzó el segundo litro. La noche
había estado avanzando sin que nos diéramos cuenta, todo lo contrario a cómo
avanza un día de trabajo.
Ashraf
inició un soliloquio. “Toda la vida tenemos el cielo encima de nuestras cabezas
y no le prestamos atención. Los techos son un estorbo, sólo complican la cosa. …¿Te
has dado cuenta de la gente? Van a su aire. Llenan sus vidas con cualquier
cosa, no importa la clase de basura que metan en ellas. Todo el cielo lleno de
nubes de tormenta que no nos dejan ver las estrellas en lo alto. Los techos son
un estorbo. No sirven para nada. Cualquiera podría hacer cualquier cosa,
incluso librarse de la muerte. Yo ya lo he hecho: hace una semana me
atropellaron al lado de las Torres de Serrano. Por eso la cojera. El hijo puta
me atropelló y me dejó tirado en medio de la carretera. No pude levantarme. Unos
compañeros me sacaron de allí en medio y me llevaron al rio. Creo que tengo la
herida infectada, que tengo el alma infectada, por eso bebo. Pero aun así las nubes no
hay quien las haga desaparecer, no hay manera. No hay forma de ver el camino de
vuelta a casa. No me puedo guiar por las estrellas. La verdad es que esta vida
no me gusta. Estoy cansado de aguantar. Preferiría haber muerto cuando el hijo
puta me atropelló. Pero bueno ya se me llevará lo que sea que se me lleve. Creo
que lo único importante es estar atento……Te doy las gracias por la cerveza
aunque siga sin comprender que no te guste. Cada uno a lo suyo ¿no?.....Creo que
me voy a ir Mike. Voy a dormir a un parque que está un poco lejos de aquí y
entre la cojera y la bebida voy a tardar en llegar, así que……
-Ha
sido un placer Mike. Me alegro de haberte conocido- dijo levantándose con
esfuerzo del banco
-Igualmente,
hombre. Ha sido una buena noche.
-Que no
te cojan vivo.
-Je je.
Claro, no te preocupes. Cuídate esa pierna.
-Sí, la
muy puta tarda en recuperarse, pero lo hará.
Me
estrechó la mano con fuerza y luego inclinándose me señaló el cielo. Apuntó a
las estrellas y luego a las nubes.
-Un
jodido estorbo, Mike.
-Que
vaya bien, Ashraf.
Nos
despedimos y se marchó. Caminaba renqueante. Llevaba el resto del segundo litro
en una mano y con la otra se recogía un poco la chilaba para no tropezar.
Estaba empezando a amanecer y el cielo se estaba despejando del todo, así que
el estorbo había desaparecido y por fin podía volver a casa.
Busqué
el coche, lo encontré, bajé las ventanillas, encendí un cigarro, arranqué y aceleré hasta mi
casa. No sé por qué, pero el mundo parecía ir al revés.